Nos dice Moratiel que ‘la alegría es ver que todo pasa’ y ciertamente nada de estos pequeños altercados quedan en los anales de la historia, tan sólo en nuestra pequeña e insignificante historia y a veces esos actos, esos incidentes pueden no dejar huella, pero en otras su repetición es generadora en el tiempo de una penumbra en el ánimo, una penumbra que desluce nuestro ser, nuestra alegría, como que la aparta, la aleja siendo lo más deseable que en esos momentos permanezca la esperanza de alejar lo que nunca estuvo en nuestro ánimo.
En esos momentos primeros, los pensamientos, las elucubraciones circulan a la velocidad de la luz, cómo subsanar el error, el malentendido? cómo evitar lo que nunca deseamos… cómo explicar, decir… cómo… si lo que fue se comprendió de otra forma? o no sé comprendió? y se nos ocurre mil y una explicación, mil y una forma de enmendar lo que no sabemos cómo se ha generado o tal vez sí, y las posibles explicaciones suelen rozar aspectos opuestos, momentos o situaciones anteriores y así aglomerar un ovillo de controversia que crece de forma insospechada e inesperadamente… …
… acallar el instante alterado, dejar que las horas apaguen su incendio, que el ánimo halle la calma, que el silencio nos reconduzca, que en la quietud el sentir reencuentre y recobre su transparente color… dejar que todo pase, que todo regrese a su cauce… después podremos compartir, después podremos hacernos entender o abrirnos al entendimiento… mañana, pasado, o cualquier otro momento, pero más tarde, cuando el impulso que generó ese instante haya franqueado el silencio del alma…