domingo, 16 de enero de 2011
ÍNFERO O SED DE VIDA
… escribe María Zambrano: “No hay infierno que no sea la entraña de algún cielo. Ínfero es todo lugar que está sometido a un cielo”
Todo ser humano en su consciencia siente en sí la presencia de un espacio indeterminado, impalpable, un anhelo que late dentro de si, un latido de misterio que se despliega más allá de su reducido límite, de su capacidad más primaria, de su tenencia más cercana, un algo que se sitúa por doquier pero sin conocer su centro; quizá sea un algo que rodea la esfera terrestre y le llamamos cielo? quizá anida en ese espacio indeterminado del propio hombre y le llamamos alma? lo único que deducimos de ese algo es que está aquí y más allá, que nos trasciende, que nos supera y no podemos establecer ni inicio, ni fin, ni tan siquiera somos capaces de delimitarlo, ni tampoco determinar un lugar concreto, vivimos su sensibilidad, sentimos su esencia pero lo desconocemos prácticamente todo.
La vida es una manifestación, una epifanía de esa esencia, de esa alma del mundo, la vida es una necesidad que emana de las entrañas de la tierra y necesita del ser humano y de todos los seres vivos para encarnarse, para realizarse, necesita la materialidad para alcanzar ese horizonte que le atrae, para intentar llegar a esa dimensión lejana, a ese algo palpitante, y ante su devoradora sed, la tierra, mana vida, vida para erguirse hacia ese horizonte en las alturas, hacia esa meta que figuradamente solemos situar en el cielo… a pesar de su inalcanzable lejanía, de su inaccesible meta, no puede la tierra, en toda su materialidad, dejar de saciar esa necesidad anidada en lo más profundo de su ser, quizá por eso todo tiende a elevarse, todo tiende a alzarse, a erigirse, a verticalizarse. La naturaleza entierra sus raíces en la tierra de donde toma su alimento, precisamente es esa tierra la base de su sustento -no puede prescindir de ella- pero su anhelo es el cielo, es el misterio, la trascendencia, la quimera de su sentir… tanto los humanos, como la multitud de animales y demás creaturas, por instinto, se yerguen sobre su base, adoptan un sentido vertical; también las aves vuelan en lo alto e incluso los peces desarrollan esas características de verticalidad, la naturaleza toda se eleva en un empinamiento aspirando alcanzar un cielo.
Describe María Zambrano como oposición a ese cielo -lugar de luz, de amplitud y de claridad- a las entrañas, al abismo, la sima de la misma tierra, lugar donde se aloja la oscuridad, el vacío, la ausencia y la nada; cuando más se desciende a las profundidades más cerca es el abandono de vida… es paradójico, pero así definimos también nuestro ánimo en la mayoría de ocasiones, hablamos, definimos el enojo, el enfado, la tristeza, la depresión, el pesimismo… por una mirada decaída, por un rostro cabizbajo, ante una actitud ausente… en contraposición al sentir placentero, a la alegría, al espíritu de apertura donde se derrama la contemplación hacia lo que nos envuelve, donde se expande el deseo de aproximación, de acercamiento, de entremezclarse con lo que nos rodea, podríamos expresarlo como la expresión de esa vida que ansía y camina…
Desde las entrañas del mundo nacemos y el anhelo de elevarnos, de alcanzar el cielo, de llegar a lo alto, de rozar esa plenitud… nos posee, en un desequilibrado equilibrio; somos llama que arde verticalmente mientras la vida abraza la materialidad de un cuerpo
Reflexiones sobre 'El árbol de la vida. La sierpe' de Maria Zambrano
Grupo:
REFLEXIÓN
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