jueves, 16 de julio de 2009

INSTANTE DE EQUILIBRIO


Es propio del ser humano creer en lo que ve, es propio del ser humano dudar de lo que no puede ver y es también propio del hombre hurgar en la misma vida buscando la respuesta, el motivo o las palabras de aquello que no puede palpar y ni tan siquiera puede acariciar con la mirada, pero algo hay que le induce a percibir su existencia.

Dice el creyente ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? (Sl 8)

Es el hombre un perfecto, hermoso y desconocido ente dotado de cuerpo (materia) y alma. Sobre el cuerpo se puede indagar, puede el hombre caminar hacia su conocimiento y su sabiduría… pero… y el alma?... esa parte inmaterial, divina, enigmática, desconocida incluso para cada cual… ¿dónde buscarla? ¿cómo conocerla? ¿dónde hallarla? ¿dónde su esencia? ¿cuál es su fin, su camino, su lenguaje, su vestimenta, su color…?

Lo que llamamos “religión” busca las invisibles huellas de esa inmaterialidad que el hombre intuye y se acerca alejándose de la mirada humana, pero sin desprenderse de ella. Porque el ser humano es un compendio de dos, realidad y divinidad, materia y “alma”, palpable y etéreo… ambos se necesitan, ambos tienen sentido y ambos tienen “razón” de ser…

¿Qué sería un cuerpo sin alma?... un robot, un compuesto de carne, un autómata…?

Y ¿un alma sin cuerpo?... un espíritu, un aliento, un soplo, un fantasma, una sombra…?

El alma, en un cuerpo, le llena de divinidad, de sentires desconocidos, de conceptos incognoscibles, de llegar más allá de lo visible, de aromar la infinitud, acercarse a lo eterno, beber del misterio, gustar lo indecible, abrazar lo desconocido… y todo ello puede experimentarlo a través de la materialidad del cuerpo. El alma necesita del cuerpo para ser en este mundo nuestro, así como el cuerpo necesita del alma para ser más allá de lo puramente material.

Cada uno de nosotros tiene la libertad de vestir la vida del alma a su mejor acercamiento, a su mejor conocimiento… no importa el nombre que le demos a esa divinidad, como tampoco importa si lo catalogamos en fe, creencia o ateísmo, pero lo que siempre permanece claro ante mí es la existencia de ese esencia sacra, de ese misterio divino, de ese halo misterioso que se aloja en el hombre. Esa inherencia, esa esencia… esa alma desconocida, siempre enigmática, siempre presente, siempre invisible, siempre arcana, ilimitada, incorpórea, intangible… y a la vez insustituible e imprescindible…

… y el hombre en busca siempre de hallar el equilibrio… esa equidad entre su materialidad y su divinidad…

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