viernes, 24 de julio de 2009

LIBERTAD


Le ha sido otorgado al hombre un don innato a su misma humanidad, a su condición de ser en el mundo y es su libertad.

Posee el ser humano la disposición de sus actos y del hacer de sus pensamientos… es la libertad una capacidad ilimitada e infinita para ser “usada” a nuestro criterio, a nuestros deseos, a nuestros afanes, a nuestras ilusiones… a todo aquello que nos cause o nos conceda plenitud, satisfacción y llenura.

Somos los humanos, a veces, fuerzas incontrolables y en nombre de la libertad actuamos, decimos y pensamos según un razonamiento y un sentir personal. La fuerza de un carácter pronunciado hace de su libertad el estandarte de su paso por la vida. Una debilidad acentuada puede también ceder la propia libertad al hacer ajeno.

Maravilloso don, el de la libertad y al mismo tiempo un arma de doble filo. Gozar de sus beneficios, utilizar sus medios en aras de nuestro interés, sin tener en cuenta o sin pensar hasta donde puede alcanzar nuestro uso, puede estrepitosamente pisar la libertad ajena, aunque deberíamos decir que entonces esa libertad pierde su esencia para convertirse en libertinaje. No podemos o no deberíamos imponer la consecución de nuestros objetivos, de nuestros deseos e incluso de nuestro placer a costa de los demás. Conocida es la frase de “mi libertad termina donde comienza la tuya”.

Me pregunto a veces
¿Qué satisfacción alguien pude alcanzar ante el dolor, el hundimiento o el sufrimiento ajeno?
¿Es que mi deseo es prioritario al tuyo?
¿Es que mi anhelo tiene como precio tu dolor?
…. ¿por qué mi libertad es más que la tuya?

Disponer de nuestros actos, de nuestros pensamientos, de nuestro hacer… es algo maravilloso, algo único, algo inexpresable… un mundo de posibilidades abiertas a la vida… pero también el precio debe ser libre, no hay libertad cuando alguien ajeno a nosotros paga por ella.

Mi libertad nace conmigo es un derecho universal que todo el mundo posee, no es transferible, no es negociable aunque en ocasiones nuestro sentir, nuestro amar, nuestra debilidad… la ofrezca a otras manos en las que nunca debió caer.

Qué hermoso don el de libertad y qué difícil es “administrarla” en nuestra vida.

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jueves, 16 de julio de 2009

INSTANTE DE EQUILIBRIO


Es propio del ser humano creer en lo que ve, es propio del ser humano dudar de lo que no puede ver y es también propio del hombre hurgar en la misma vida buscando la respuesta, el motivo o las palabras de aquello que no puede palpar y ni tan siquiera puede acariciar con la mirada, pero algo hay que le induce a percibir su existencia.

Dice el creyente ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? (Sl 8)

Es el hombre un perfecto, hermoso y desconocido ente dotado de cuerpo (materia) y alma. Sobre el cuerpo se puede indagar, puede el hombre caminar hacia su conocimiento y su sabiduría… pero… y el alma?... esa parte inmaterial, divina, enigmática, desconocida incluso para cada cual… ¿dónde buscarla? ¿cómo conocerla? ¿dónde hallarla? ¿dónde su esencia? ¿cuál es su fin, su camino, su lenguaje, su vestimenta, su color…?

Lo que llamamos “religión” busca las invisibles huellas de esa inmaterialidad que el hombre intuye y se acerca alejándose de la mirada humana, pero sin desprenderse de ella. Porque el ser humano es un compendio de dos, realidad y divinidad, materia y “alma”, palpable y etéreo… ambos se necesitan, ambos tienen sentido y ambos tienen “razón” de ser…

¿Qué sería un cuerpo sin alma?... un robot, un compuesto de carne, un autómata…?

Y ¿un alma sin cuerpo?... un espíritu, un aliento, un soplo, un fantasma, una sombra…?

El alma, en un cuerpo, le llena de divinidad, de sentires desconocidos, de conceptos incognoscibles, de llegar más allá de lo visible, de aromar la infinitud, acercarse a lo eterno, beber del misterio, gustar lo indecible, abrazar lo desconocido… y todo ello puede experimentarlo a través de la materialidad del cuerpo. El alma necesita del cuerpo para ser en este mundo nuestro, así como el cuerpo necesita del alma para ser más allá de lo puramente material.

Cada uno de nosotros tiene la libertad de vestir la vida del alma a su mejor acercamiento, a su mejor conocimiento… no importa el nombre que le demos a esa divinidad, como tampoco importa si lo catalogamos en fe, creencia o ateísmo, pero lo que siempre permanece claro ante mí es la existencia de ese esencia sacra, de ese misterio divino, de ese halo misterioso que se aloja en el hombre. Esa inherencia, esa esencia… esa alma desconocida, siempre enigmática, siempre presente, siempre invisible, siempre arcana, ilimitada, incorpórea, intangible… y a la vez insustituible e imprescindible…

… y el hombre en busca siempre de hallar el equilibrio… esa equidad entre su materialidad y su divinidad…

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sábado, 11 de julio de 2009

SIGUE, SIGUE...


La noche oculta el entorno de nuestra mirada, hace opaco nuestro alrededor, el pensamiento comienza un recorrido que se viste de temor o de luces… según sea el hálito de nuestro sentir.

El color que abrigamos viste nuestra oscuridad, la tonalidad de nuestro ánimo pinta nuestras noches… somos el reflejo de nuestra propia luz, somos espejos de nuestro propio vivir… por eso nuestro silencio, nuestra quietud, nuestra soledad vive la ceguera de la noche cuando sentimos la opacidad en nuestro pensamiento. El pensamiento es volátil, es egocéntrico, es quien dirige –muchas veces- nuestro ánimo, cuando la realidad no se acopla a nuestro deseo, cuando nuestro deseo no es complacido o nuestra complacencia no es satisfecha.

Esa desazón en un espacio de tiempo, es como un cubo de agua, limitado, restringido, tasado por el recipiente, que pierde su sentido… carece de sentido cuando lo acercamos a la inmensidad del mar… el mar no tiene forma, sus aguas abrazan las playas, las costas, los arrecifes… las olas incluso, sin detenerse a pensar.

Nuestra alma es como un mar, siente, aletea, respira y no se detiene en ese temor, en esa duda, en esa lejanía… nos asiste, nos acompaña siempre y en lo más hondo nos grita: sigue, sigue… que pronto verás el sendero del alba, sigue, sigue… que pronto amanecerá.

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