sábado, 12 de enero de 2008

INVIERNO


Cruzamos el invierno.

Es una bella estación el invierno, aunque generalmente solemos distinguirla por los inconvenientes o contrariedades cotidianas que nos ocasiona.

En el invierno transcurren esas lluvias a veces molestas para transitar, esos días en que el frío es realmente intenso, en estos meses somos más propensos a los catarros, a las gripes, nuestro cuerpo está como más desprotegido ante las inclemencias del tiempo, viajar conlleva también la posibilidad de lo intemporal y de la nieve. Hay días en que nos envuelve ese ambiente grisáceo, apagado y parece como que se apaga también nuestro ánimo y así podemos ir resaltando matices y particularidades del tiempo invernal que no nos suelen agradar.

Todo en la vida tienes múltiples miradas, todo lo que nos rodea y nos envuelve puede ser contemplado con distinta actitud, desde diferentes lugares, posiciones y perspectivas.

El mundo no se viste, ni se disfraza de distinta forma para fastidiarnos o para molestarnos, la naturaleza, la vida, el entorno, se nos muestra en su realidad, a su manera, en su forma, tal cual es, somos nosotros que interpretamos de uno u otro modo lo que vemos y lo que vivimos, en función o según el estado en el que nos hallemos, según nuestro ánimo, nuestro sentir o nuestro estar. Pero el invierno tiene también sus encantos, sus bellos momentos, sus especiales matices, a mi modo de ver creo que los tiene como más escondidos. El invierno es como más íntimo, más hondo, más introspectivo, más interior.

Es bueno recordar en esos momentos ¡cuánto se agradece el calor del hogar! ese pequeño espacio que cuando uno se acerca siente como todo en él revive, y pensar que sólo en el invierno gozamos de ese recogimiento, y en algunos lugares gozan de reunirse alrededor del fuego, y escuchar el crujir de la leña quemándose para dar calor. Más tarde quizás, cuando salgamos de nuevo a la calle, nos mojemos porque llueve o tengamos que abrigarnos porque el frío se nos adentra hasta los huesos, pero... ahí está el calor del alma, el rayo de sol que surge tímidamente o el viento que a veces nos acaricia el rostro y en ocasiones lo hace tan fuertemente que parece que nos quiere abrazar.

En el invierno uno se introduce en la cama y es acogido y abrazado más cálidamente y nuestro cuerpo agradece esa sensación y el alma se nos recoge en la oscuridad y en el silencio de la noche. El invierno, nos solía decir Moratiel, es cuando la naturaleza parece muerta en su exterior y sin embargo es cuando crece en el interior, las raíces se adentran en la tierra para crecer, para expansionarse, para hallar la fuerza del crecimiento que nos mostrará en la primavera.

El invierno en nuestras vidas es también el mismo invierno de la naturaleza que nos evoca Moratiel, es el frío, la lluvia, lo grisáceo en el exterior y el crecimiento, la expansión, el hallazgo, el acercamiento al interior. Hay que saber ver la belleza del invierno en esos haces de luz que surgen tímidamente, en ese calor de la lumbre, en ese recogimiento en casa, en esa casa nuestra que somos, en la quietud y el silencio que nos habita.

El invierno tiene también su belleza, su misterio y su encanto, solamente hay que mirarlo, verlo con atención, con mimo y en silencio. En un silencio habitado.

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