La oración silenciosa se lleva por delante realidades amadas, conveniencias, costumbres, que son como caparazones que amenazan con ahogar y asfixiar y paralizar el corazón. (...) Ofrecerse hasta echarse de menos uno mismo.(Pascua 97)
Crecer, avanzar, caminar... siempre es un esfuerzo, siempre es una actividad ardua, difícil y costosa que requiere de nuestra atención, de nuestra voluntad, de nuestra sed de crecimiento, de nuestra necesidad de responder al grito inesperado del corazón.
No sabemos exactamente el por qué pero nuestro acercamiento al silencio, a la interiorización viene de una necesidad que nadie nos explicita, un buscar sosiego a la inquietud interior, un peregrinar hacia no sabemos dónde, porque en ocasiones, sin motivos aparentes, nos sentimos empujados, llamados, atraídos hacia una cierta quietud como si algo nos reclamara. Buscamos acallar ese ruido que nace de dentro, del interior.
En estas palabras Moratiel nos recuerda que el silencio nos aligera de realidades exteriores a las cuales estamos tan atados, tan enlazados, tan apegados y quizás por estar tan apegados, tan sumergidos y aprisionados por esa exterioridad, sentimos como una amenaza, nos sentimos como aprisionados en nosotros mismos.
La sed que experimentamos, la necesidad de desahogo que surge desde dentro, es la necesidad de atención, es como una petición de auxilio que nos pide el corazón para que le atendamos. Hay que liberarlo de costumbres, de tradiciones, de cotidianidades, de quehaceres, de tanta actividad que acumulamos en el frenesí diario. Hay que llevar a cabo una limpieza, deshacernos de vacuidades, de ropajes y máscaras, regresar a la desnudez, a la simplicidad, a la belleza del despojo, para renovarnos y llenarnos de la misma vida, pero sin ataduras, sin apegos, siendo vida y una vida libre.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
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