Qué larga es la espera cuando esperamos del exterior.
Los minutos, las horas y los días transcurren lentamente, el corazón se nos encoje ante esa espera que resulta desesperante, los pensamientos se amontonan buscando el motivo de la tardanza, del silencio, de la callada quietud. Y nuestra espera sigue ahí, esperando un sonido, esperando una voz, esperando algo que no llega. Cuando en esos momentos, todo nuestro ser, toda nuestra atención, está pendiente del exterior, la vida parece detenerse y los instantes se alargan sobremanera aumentando nuestra intranquilidad, nuestra inquietud.
Ese es el gran error y la causa de muchos de nuestros problemas: poner nuestra atención y nuestro sentir en lo de fuera, en lo exterior, en la epidermis de nuestro cuerpo, pendientes siempre de lo externo.
Si el hombre fuera consciente de su integridad como ser, como un todo, completo, sin dependencias, sin apegos exteriores…, la vida sería mucho más hermosa, mucho más tranquila, mucho más sosegada, mucho más vivida. Pero los humanos nos creamos dependencias unos con otros, nos alimentamos unos de otros creando ataduras, sin cuidar nuestra independencia, nuestra libertad, nuestra autonomía. Y nos damos cuenta de nuestro apego, de que nuestras relaciones nos limitan, de que nuestras acciones ya no son nuestras solamente sino dependientes, y a pesar de todo no somos capaces de liberarnos, no somos capaces de soltar las amarras que nos atan y nos limitan, no somos capaces de retomar nuestra libertad… porque nos hemos acostumbrado tanto a la interdependencia, que no sabemos como utilizar, como vivir la libertad que nos ha sido dada; y como buen animal de costumbres permanecemos ahí, esperando… aguardando… quién sabe qué.
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